La cerámica muelense deriva de las tradiciones cerámicas árabes, ya que los alfareros que crearon esta técnica, y que la desarrollaron durante los primeros siglos, fueron todos de origen musulmán. Por esta razón, en los primeros diseños decorativos nunca se representan figuras humanas. Las decoraciones típicas eran abstracciones de formas vegetales, animales y geometrías. Las inscripciones en árabe también eran muy habituales.
Con el paso del tiempo, el estilo decorativo evolucionó hasta adquirir formas propias: dibujos rápidos, simplificación de formas, ritmos de repetición, temor al espacio vacío (horror vacui) y simetrías, con preferencia por la monocromía en azul.
Durante el siglo XVII se produjo la expulsión de los moriscos en Aragón. Esta población se dedicaba en gran medida a la producción cerámica, motivo por el cual hubo que repoblar la zona con gentes venidas de otros lugares de la Corona de Aragón. Estos nuevos alfareros trajeron consigo influencias a la cerámica, como cierta policromía y profusión de cenefas.
Las tres influencias básicas que hubo en la cerámica producida durante el siglo XVII fueron:
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La catalana: destacan las orlas con figuras geométricas
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La talaverana: destacan las figuras humanas
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La italiano-ligur: destacan las figuras arquitectónicas y el naturalismo
La vajilla decorada sobre cubierta estannífera fue tan de uso como el resto de las especialidades cerámicas (tinajería, cantarería y ollería).
Entre la vajilla doméstica sobresalió, por su cuantía, la producción de vasijas de mesa y, dentro de ésta, la de diferentes recipientes empleados para el servicio de alimentos. No solamente en las casas particulares, sino también en hospitales, conventos y cofradías. Fue imprescindible para la cocina, servicio de mesa y preparación de la comida. Los cuencos y boles formaban parte de la vajilla doméstica tradicional, con funciones muy diferentes.
Este bol es característico, ya que lleva incorporados elementos en relieve como parte de su decoración.